lunes, 19 de diciembre de 2011

LA HABITACIÓN ESCARLATA


En su mente tarareaba la canción, seguía las notas a la perfección antes de poder darse cuenta de que  ni lo pensaba, ya la canción la seguía de memoria son sus altos y bajos y las variaciones en tiempo que venían por la creatividad del autor, la letra no era de importancia, también la sabía a la perfección pero en ese momento no era importante, el sentimiento de la letra era secundario, lo que mandaba era el sentimiento envolvente de la melodía, las guitarras desgarradoras, la voz gutural y la batería que parecía anunciar la guerra final del mundo, todo en armonía al sentimiento. El odio, de eso se trataba la melodía, de eso y de desesperación, de melancolía  y resentimiento, eso era lo que ella estaba viviendo en ese momento mientras tarareaba la canción, esos sentimientos se metían en su cabeza como veneno y ese mismo veneno recorría sus venas, su piel, lo sentía hasta en el ambiente, pero era un veneno que dolía con placer, era un éxtasis rítmico, era como entrar en un trance eterno con sensaciones mas allá de la comprensión, sentidas en algún lugar fuera del cuerpo pues este se mantenía inerte fuera del entendimiento de la vida.

Estarán de acuerdo en que la vida no se nos escapa hasta que llega el momento de nuestra muerte,  pero a veces en vida perdemos las facultades de la presencia, es como si nos transportáramos a un mundo maravilloso lejos de los prejuicios  y de la cotidianidad, eso le había pasado a ella que no interpretaba en su mente lo que sus ojos veían, veía una realidad confusa, veía ideas entretejidas con sensaciones reales, era una imaginación sensible a los sentidos pero ajena a la verdad.

El cuarto que habitaba ella y su mente perdida era una pieza de unos 5 metros cuadrados, sin ninguna ventana, tenía una salida visible pero nunca una entrada; cuando ella llegaba allí, su mente ya iba nublada, solo al salir recuperaba la noción y llegaba el dolor, el remordimiento y la culpa que ocasionaba el asesinato premeditado y que al parecer se realizaba con saña y violencia, aunque en el fondo, sin ella aceptarlo, siempre sentía una leve sensación de satisfacción y de alivio. Ella no conocía ni la dirección del edificio ni el número que de la puerta del cuarto colgaba, ella solo sabía que de vez en cuando recuperaba sus cabales en un cuarto cuyo único mobiliario era una cama y una mesita vieja de madera con un reproductor de discos compactos y que se recuperaba toda ella llena de sangre con una victima en la cama, casi siempre hombre, que no se sabía si había sido llevado allí con falsas promesas de sexo o con mentiras de amor verdadero; con música en un alto volumen que salía de un disco grabado con canciones varias que tenían en común solamente la energía y el sentir de la música violenta. Ella ya estaba acostumbrada al ritual del despertar y siempre salía jurándose a si misma que no lo volvería hacer, como el alcohólico se jura que no volverá a tomar al sentir los síntomas de la resaca, de hecho Ella siempre guardaba la llave de ese cuarto en algún lugar escondido y se determinaba en olvidar la ubicación pero al fin de cuentas quién siempre la encontraba cuando había necesidad de matar, era ella misma que en los rincones de su mente, siempre la encontraba como encontraba también el edificio, el cuarto, el botón de reproducción y obviamente a sus victimas. Lo que nunca encontró fue la forma de detenerse a si misma.

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